Cuando ser superior no basta

By Lo Ilógico

Hay una frase no tan grata y repetitiva en mi cabeza, una frase bien intencionada que tiene varias versiones (más que las canciones de navidad), un disco rayado que tienen muchos predicadores o encargados de ministerios cristianos, yo fui uno por un tiempo, una frase que tiene un extraño y peculiar efecto: sirve para molestarte y hacerte sentir culpable a la vez. Y si lo haces con el tono de voz adecuado puede amargar cualquier delicioso sermón, perfecto regaño, sin embargo si lo deseas lo puedes disfrazar como desafío: “Tienes que servir a Dios mejor que los otros”, “Tu servicio a Dios tiene que ser superior al de los demás” y muchas más versiones en español y otros idiomas.  Magistralmente se conjuga cualquier situación con esta frase. La escuché tanto que la frase se quedó grabada a fuego en mi mente. Siempre estuve a favor de esta frase, sintiéndome culpable, pero al fin de todo, a favor; hoy soy alguien perdonado por semejante pecado.

Eres cristiano y estás involucrado en tu iglesia; se espera de ti entonces que sirvas al Señor con todo tu corazón y con alegría, trabajando para expandir el evangelio de Jesucristo. No hay nada de malo en eso y digo un amen para reforzar el asunto; el problema empieza cuando alguien te dice “Tu servicio a Dios tiene que ser superior al de los demás” Lo inapropiado en esta frase no es el tono en que se dice; el error está en que pasa tranquilamente como una expresión piadosa, incluso de pasión ministerial y altos estándares de servicio cristiano. No obstante es todo lo contrario; es una mala motivación para servir.

Mi motivación en el servicio a Cristo, debe ser precisamente esa, ¡servir a Cristo!, no esforzarme por superar lo que mi compañero hizo o está haciendo,  muchos de los que estamos en el ministerio hemos dejado de ver a Cristo y estamos viendo a los lados para compararnos con otros siervos inútiles. De alguna manera queremos dejar una huella en la historia, para ser recordados por lo mucho que trabajábamos en comparación con otros.

Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.

Filipenses 2:3-4

Pablo sabía muy bien que nuestro corazón se pervierte con el mínimo de los descuidos y que en cualquier momento comenzaríamos a dividirnos y a competir entre nosotros. Sabía que no somos humildes y que nuestro orgullo puede elevarse, haciéndonos creer que por nuestro trabajo podemos llegar a ser mejor que los demás.

Lo mío propio es lo que busco cuando empiezo a vivir bajo la frase “Mi servicio tiene que ser superior al de los otros”; pareciera que el servicio cristiano se ha convertido en una plataforma donde cada uno puede lucirse frente a un cazatalentos que, ¡oh sorpresa!, no es el Señor; a menudo los jóvenes en las iglesias, incluso los adultos, no tienen problemas con ser ellos mismos y tener el mismo sentir con los demás, pero solo tienes que esperar a que aparezca el líder o pastor para que empiecen a tratar de llamar la atención hacia sus esfuerzos en el ministerio y sobresalir de sus compañeros. El servicio cristiano se ha convertido en el sistema para exaltar nuestra imagen y no la imagen de Jesucristo. Nunca hemos estado más lejos de nuestro propósito, no hay manera de que exista una forma de servicio por comparación y si la hay, sepamos que no es aprobado por Dios.

Uno de mis primeros lugares de servicio fue en un ministerio en donde todo el día había cosas que hacer; pero trabajabamos aún más duro cuando estábamos a meses de los campamentos de verano. Recuerdo que cuando recién entré a este ministerio uno de mi amigos venía a mí (y yo sabía que era para ponerme más trabajo) con ropas desgastadas y sucias, y decía: “necesito que hagas algo” pero antes de explicarme lo que necesitaba que hiciera, empezaba: “yo estuve haciendo esto y acabo de arreglar aquello, también tuve que comenzar con este otro asunto…” pasaba quizá dos o tres minutos escuchando como había trabajado en una docena de cosas y sentía un alivio al escuchar por fin algo como “…necesito que me ayudes a cargar esto”.

Sin importar que lo hubiese ayudado, me sentía culpable porque para nada podría igualar lo que él ya había hecho, ¿cometía él un error? quizá solo quería contarme, quizá no, solo Dios sabía sus intenciones. Pero pasaron meses antes de que me diera cuenta que en realidad, quien cometía un error era yo, pues ya no trabajaba con el deseo de agradar a Cristo, era más bien una cuestión de orgullo en mi diciendo: “tengo que trabajar más, no puedo dejar que piensen que trabajé menos que él” lo cual era por completo inapropiado. Dudo mucho recibir algo en el tribunal de Cristo por mi tipo de servicio en ese tiempo. Lo mío propio en el servicio es cualquier cosa que atente elevar nuestra imagen y todo aquello que está alimentando nuestro orgullo mientras disminuye la imagen del Señor.

Con respeto a aquellas personas que han basado su servicio a Dios en este tipo de frases, quizá surgieron de un corazón dispuesto a ser ejemplo pero elegir mal las palabras tergiversó el propósito del servicio. El servicio a Dios no es una plataforma de “Christian’s Got Talent” ni cuestión de competencia, creo esencial recordar el conocidísimo pero poco practicado “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres…” (Col. 3:23).

Sirve a Cristo, es garantía que él es la medida correcta en el servicio cristiano; que no sea “yo hago”, “yo sí hago” ni “todo esto hago” en lugar de eso piensa “cómo lo hago” y “para quién lo hago” eso marcará la diferencia en tu servicio. Es cuestión de actitud, el esfuerzo es muy necesario pero secundario pues no sirve de nada si la actitud es podrida.

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Last modified: August 13, 2021

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