Ese miserable momento después de la derrota, ese ruinoso instante que le sigue a la caída en batalla sufrida en manos del secreto favorito, en el que el pecado una vez más declara su amenaza de que todavía quiere adueñarse de nosotros, que nos hace estar de rodillas tratando de ignorar que nos hemos vuelto esclavos por decisión propia al viejo hombre y sus órdenes. Es el mismo momento en que nuestra consciencia juega a dos bandos y nos dice que dejemos reposar el pecado; que debemos escondernos por un tiempo de Dios y su ira; para volver mucho tiempo después con la confesión porque seguramente ya se le habrá pasado el enojo al Santo; y así lo hacemos.
El reciente pecado, la culpa y la memoria se ponen de acuerdo para hacer recuento de todas las veces que hemos cometido el mismo delito ante Dios y con amañada justicia dicen que no es posible acudir tan pronto al Rey con las manos manchadas de la sangre del mismo cadáver. “Déjalo unos días” dice “No es sensato presentarte ahora para rogar perdón, con el tiempo pasará la ira” y como así se comporta el enojo humano creemos que es la mejor decisión, pero es un mal negocio porque el humano no es perfecto y Dios tampoco es humano.
Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.
Génesis 3:10
Pero el tiempo que tardamos en regresar no disminuye la mancha, la hace mas escandalosa delante de Él. No nos hace libres sino forajidos, escondiéndonos en rincones inutiles que la luz ha alumbrado antes de que lleguemos a ellos. No apacigua las aguas ni minimiza el pecado, sino que lentamente escribe nuestro crimen en el acta que dará razón para la disciplina divina, y Dios no lo quiera, a veces talla la piedra que servirá de lápida.
Os hice estar a diente limpio en todas vuestras ciudades, y hubo falta de pan en todos vuestros pueblos; mas no os volvisteis a mí, dice Jehová. También os detuve la lluvia tres meses antes de la siega; e hice llover sobre una ciudad, y sobre otra ciudad no hice llover; sobre una parte llovió, y la parte sobre la cual no llovió, se secó. Y venían dos o tres ciudades a una ciudad para beber agua, y no se saciaban; con todo, no os volvisteis a mí, dice Jehová. Os herí con viento solano y con oruga; la langosta devoró vuestros muchos huertos y vuestras viñas, y vuestros higuerales y vuestros olivares; pero nunca os volvisteis a mí, dice Jehová. Envié contra vosotros mortandad tal como en Egipto; maté a espada a vuestros jóvenes, con cautiverio de vuestros caballos, e hice subir el hedor de vuestros campamentos hasta vuestras narices; mas no os volvisteis a mí, dice Jehová. Os trastorné como cuando Dios trastornó a Sodoma y a Gomorra, y fuisteis como tizón escapado del fuego; mas no os volvisteis a mí, dice Jehová. Por tanto, de esta manera te haré a ti, oh Israel; y porque te he de hacer esto, prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel.
Amós 4:6-12 (Enfasis agregado)
Por eso, el momento después de la derrota es crucial; debemos cerrar nuestros oídos al falso consejo de la culpa y sus aliados y hacer lo que es sabio cuando pensamos que es menos oportuno; el tiempo para volver al Señor se llama “pronto”: Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. (Isaías 1:18) porque la necesidad de confesión es urgente y no admite razones para el retraso: “Reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los niños y a los que maman, salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia. Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: Perdona, oh Jehová…” (Joel 2:16-17a)
El momento después de la derrota, cuando nos contemplamos culpables de alta traición al compañero más fiel y puro, debemos dar un simple paso, pero doloroso:
Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo.
Joel 2:13 (Enfasis agregado)
El dolor es real y profundo para recordarlo siempre y no superficial y ajeno para olvidarlo al día siguiente. Solo el arrepentimiento nos alista para poner el 1a. Juan 1:9 en práctica y permite que leamos con ojos de esperanza aquel:
Y Jehová, solícito por su tierra, perdonará a su pueblo.
Joel 2:18
En memoria de los caídos que una vez estuvieron en aguerrida batalla contra el pecado y ahora vagan errantes y avergonzados sin recordar que pertenecen a la patria celestial.