Lo que callamos los pastores (y líderes) de jóvenes

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Conversaciones fueron y vinieron con mis iguales en los años que llevo en el ministerio de jóvenes, descubriré algunas repetidas para que el reflexivo considere y el carnal enfurezca; en este relato develaré algunas pequeñeces que callamos los pastores y líderes de jóvenes:

Como si fuese una hora de descanso en un día de oficina, el gremio de pastores y líderes de jóvenes se reúnen con taza de café en mano; con la mirada puesta en el brebaje negro pero con la mente a cien millas de ahí; otros se recuestan en la pared dejando escapar un suspiro que revela convicción pero con heridas profundas.

Parece que hablan de asuntos serios pero casi musitando, susurros aquí y allá, con ojos vigilantes sobre los hombros de los demás para no ser sorprendidos en sus charlas; pero no por miedo a ser descubiertos por el Jefe, más bien por los otros trabajadores que se hacen llamar consiervos pero que su trabajo en realidad es notificarles los pormenores que debieron hacer mejor.

Con reserva hablan de cosas que son más serias que un gaje del oficio pero menores que el sufrimiento de Cristo, sin embargo, siempre contrarias a su buena voluntad de hacer el ministerio. Si aguzamos un poco el oído nos enteramos de cuales son aquellos dilemas.

Uno habla del “hermanito” que después de cada actividad de jóvenes se presenta a la puerta con una nueva queja: que la forma correcta de dejar las sillas es a 90 grados pero que la noche anterior los jóvenes las dejaron a 89 y que eso habla de la integridad de los líderes, a pesar de que hubo cien decisiones por Cristo.

Otro, todavía con la mirada vigilante y con voz temblorosa, se atreve a susurrar, diciendo: “¿Qué pasa después de que predican?” y entonces relata el problema recurrente desde hace algunas semanas; de cómo le han dicho que sus sermones no tienen porqué tener un lenguaje adecuado a los jóvenes sino que debe respetar el lenguaje shakespeariano, y que la semana siguiente cuando lo respetó las mismas personas le dijeron que tenía que identificarse con el joven y no ser tan aburrido.

Uno de los que están con la mirada perdida en el café, habla, pero sin quitar la mirada de su taza; les cuenta a los demás cómo uno de los jóvenes, que es cometa Halley en la iglesia, pero “sabedor”; escudriña su desempeño como pastor y las cosas que están flaqueando en el ministerio de jóvenes, parece que el individuo es un ángel enviado porque desapareció después de los señalamientos y no se le ha vuelto a ver. Algunos concuerdan con la historia, con detalles diferentes, pero el fenómeno es el mismo.

Uno más, que tiene enormes ojeras y un café más cargado cuenta cómo algunos hermanos observan cada uno de sus movimientos; si llega minutos tarde a la iglesia; si llega solo o con su esposa; y porqué se fue antes que terminara el servicio. Se siente un trabajador contratado por personas que no le pagan y no un hermano en Cristo que hace con sufrida excelencia lo que Dios demanda en la iglesia, sin perder de vista lo que en su casa necesitan. Es un estigma que solo una figura pública de la iglesia carga.

Otro pide que oren por él, está teniendo deseos de hacer un holocausto con todos los celulares que arrebatará de las manos de los jóvenes que se dedican a ver memes mientras está predicando. Pero no sabe como hacerlo a la vez que muestra amor por los propietarios. También muchos padres le han pedido que corrija quince años de rebeldía en sus hijos en una reunión de jóvenes pero que no los confronte con sus pecados.

Cuando la mayoría habla de cómo encuentran un respaldo e incluso refugio en el pastor general, hay uno que, con palabra insegura pero con añoranza marcada dice: “Dichosos, sus pastores son refugio, el de mi iglesia es un muro con rejas”; cuenta que de alguna manera “el pastor de los grandes” siempre se está interponiendo en sus decisiones o formas de proceder, como si se sintiera amenazado por su ministerio, “cela a cada jóven que habla conmigo” agrega. Incluso se ha hecho con un séquito de chicos que ya no llegan a la reunión oficial de jóvenes. “Hace de menos el seminario donde estudié y siempre presume su maestría en teología” dice por último.

Cuando están empezando a sentirse comprendidos y apoyados entre ellos, alguien toca la puerta, es el “hermanito”; el grupo se dispersa y la hora del desahogo termina.

Nota:
Ahora algunos de nuestros secretos han quedado expuestos, revelados a todos los que un día quisieron saber nuestras conversaciones privadas. No tomen represalias contra ellos porque yo fui quién se los quise contar.

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Acerca del autor

Lester H. Delgado

Esposo, papá y pastor.
6 años de estudio formal en teología, 3 de estudio formal en escritura creativa y una vida tomando café... también formalmente.

por Lester H. Delgado

Lester H. Delgado

Esposo, papá y pastor.
6 años de estudio formal en teología, 3 de estudio formal en escritura creativa y una vida tomando café... también formalmente.

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