El lado oscuro (2)

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Estábamos en una marcha pacífica (o protesta; todavía no sé que era) bajo los vivos y nada misericordiosos rayos del sol del verano,  en el parque central del pueblo; teníamos pancartas con grandes mensajes que podían ser vistos desde la muralla china sin ningún problema. Además, en un irracional esfuerzo por seguir manteniendo la buena distinción de la secundaría donde estudiaba, nos habían prohibido tomar agua durante el evento, porque: “tenemos que ostentar la disciplina – dijeron – que nos caracteriza”.

Adivina quién hizo lo contrario. El que te habla; sacaba la botella del escondite y daba pequeños y fugaces tragos para que no me descubrieran, así varías veces. Hasta que la directora me descubrió; con ásperas reprimendas me arrebató la botella de la mano y vació toda el agua en el piso para que yo lo sufriera por haber faltado a la disciplina que nos habían pedido.  A propósito, el mensaje que estaba escrito en los carteles de nuestra marcha era: “Cuidemos el agua”. Creo que ella no supo que estaba contradiciendo el mensaje en nuestras pancartas.  En esta segunda parte (y última) responderemos otras tres preguntas para ver si en realidad somos lo que decimos o lo contradecimos,  ¿estaremos en el lado oscuro?

“Respondiendo uno de los interpretes de la ley, le dijo; Maestro, cuando dices esto, también nos afrentas a nosotros” (Lc. 11:45)

Hasta el momento Jesús había dedicado tres “ayes” para los fariseos, hubiese sido mejor que el escriba que salió a defender su honor no hablara, porque terminó peor de lo que se hubiera imaginado; casi puedo escucharlo decir: “Yo y mi bocota”.  

La razón de que el Señor Jesús también le dedique tres “pobres de ustedes” a los escribas era la siguiente: Ellos tenían que interpretar la ley de manera correcta y enseñar al pueblo, pero no lo estaban haciendo, antes que eso, estaban en total armonía con las actitudes de los fariseos (y ya sabes cual era la actitud de ellos), por tanto, este era otro grupo que estaba haciendo todo lo contrario a lo que tenían que hacer.

¿Estoy dispuesto a practicar lo que yo mismo digo?

“¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis” (11:46)

Tenían una doble moral; estaban obligando a las personas a cumplir la ley de manera extremista, para que fuese difícil de cumplir a los que tenían interés de hacerlo, pero estos “super judíos extraordinarios y tres veces iluminados” no estaban dispuestos siquiera a intentar sus mismos extremismos. Se suponía que eran la ayuda para ello y no los verdugos. No querían practicar lo que predicaban.

Cuántos cristianos porfiados existen, esos que se dedican a hacerle espirales y garabatos interminables a la doctrina que ya es sana y entendible; rellenan lo fundamental con palabras rebuscadas pero superficiales, con exposiciones e inflaciones de voz  en un intento de sonar elocuentes y profundos. Al final sus palabras son “tan profundas” que prefieren que otros se metan a ellas para ahogarse en aguas que ni ellos mismos entendieron. Magnifico maquillaje público para una vida secreta llena de pecados miserables que, de salir a la luz, probarían la falta de compromiso a lo que se predica. No necesitamos a cristianos que hagan mas difícil la palabra de Dios, sino aquellos que demuestren que esos puntos “difíciles” de ella pueden practicarse en dependencia del Señor y que al mismo tiempo sean ejemplo de esa dependencia.

Somos profesionales en señalar de que manera el otro está fallando en la vida cristiana, pero no estamos dispuestos a ser el ejemplo y mostrar la manera correcta en nosotros mismos.

¿Corrijo o soy cómplice?

“¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas a quienes mataron vuestros padres, de modo que soy testigos y consentidores de los hechos de vuestros padres; porque a la verdad ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros!” (11:47-48).

Sus antepasados habían matado a los que traían el mensaje de Dios; y estos en lugar de corregir el error, es decir, aplicándose para obedecer las palabras del Señor, prefirieron edificar las tumbas de los profetas asesinados. Aunque pareciese una actitud que homenajeaba y honraba a los profetas, en realidad estaban aprobando lo que sus padres hicieron, siendo cómplices de su pecado. Imagina ver a un ladrón matando a un policía y justo cuando ha escapado tu llegas a poner un rótulo que dice: “aquí mataron al policía fulano”; no estás dándole honor al policía sino al ladrón, porque el rótulo no va a hacer que se revierta la ley quebrantada. Lo mismo hicieron los escribas; prefirieron parecer religiosos, construyendo tumbas antes que honrar el mensaje obedeciendo la palabra de Dios.

Preferimos los actos que parecen espirituales que dedicarnos a una vida auténtica de fe y obediencia a la palabra de Dios.  En la iglesia asentimos una y otra vez “aprobando”  la predicación del pastor, pero deseando que termine el servicio para volver a lo secreto de nuestras vidas. No estamos edificando nuestras vidas ni corrigiendo los pecados de los antepasados sino construyendo sepulcros cada vez mas grandes.

¿Quito o pongo llave?

“¡Ay de vosotros, interpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis” (11:52)

Siendo los que tenían que comunicar el conocimiento de la palabra, lo habían negado a la gente; presumiendo que únicamente ellos eran los privilegiados e iluminados. También al ser ellos los que conocían la ley y el mensaje de los profetas y poseyendo una gran influencia en el pueblo, hubieran podido dirigir la atención a Jesús y sus enseñanzas para que creyeran en él; pero no quisieron escuchar ni dejaron que los demás escucharan.

Los cristianos también hacemos lo contrario a lo que se supone que tenemos que hacer.  Siendo los que tenemos que dirigir la atención a Cristo (porque somos los que tenemos el conocimiento de su palabra), dirigimos la atención a nosotros, a nuestra importancia y apariencia. No nos acercamos a escuchar la palabra con las intenciones correctas, ni dejamos que con nuestra predicación en palabras y actos las personas escuchen, entiendan y crean en ella. Por el contrario somos “teólogos” a quienes les gusta saber y mostrar el saber; que ponen un filtro altanero y diabólico con cada persona que predica en nuestras iglesias y conferencias, no para ver si nos edifica sino en que se equivoca; como si se tratara de una competencia entre perros “sabios” pero nerviosos que defienden su territorio y no la doctrina, pues hay que defender la sana doctrina pero no con la intención de tomar renombre entre los demás.

Igual que aquella directora,  quizá no nos importa el mensaje que supuestamente llevamos en las pancartas, el mensaje de Cristo,  sino que nos desviamos de lo principal por un poco de distinción, la “alta reputación” que la hipocresía le ofrece a la religiosidad, mientras el lado oscuro nos engulle sin darnos cuenta.

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Acerca del autor

Lester H. Delgado

Esposo, papá y pastor.
6 años de estudio formal en teología, 3 de estudio formal en escritura creativa y una vida tomando café... también formalmente.

por Lester H. Delgado

Lester H. Delgado

Esposo, papá y pastor.
6 años de estudio formal en teología, 3 de estudio formal en escritura creativa y una vida tomando café... también formalmente.

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