Los vi a las siete de la noche: tenían ojos de mártir y caras angustiadas que forzaban un semblante de penitencia; estaban cargando la pesada imagen del “Señor sepultado” en la tradicional procesión de viernes santo. Quién diría que a las dos de la mañana (cuando la procesión había acabado), los mismos que cargaban la imagen estarían martirizando a todo el que quería dormir; porque corrían y gritaban vulgaridades en la calle, olvidando la forzada penitencia de hace una horas y poniendo en evidencia un libertinaje que afloraba de forma muy natural. Una noche de “reflexión espiritual” culminó en una madrugada de desenfreno espontáneo. Necesito hacerme preguntas: ¿A que hora vi a los verdaderos? ¿Quienes eran los devotos auténticos; los de la noche o los de la madrugada? Porque si alguien me contesta que eran católicos devotos, se volcaron a hacer todo lo contrario a lo que deberían hacer después de una “semana santa”.
Aunque los cristianos no andamos por la calle en viernes santo cargando a un Cristo muerto para demostrar reflexión espiritual, debo decir que también presumimos ojos de mártir (pero espiritual, decimos) con una devoción forzada que a la verdad termina siendo una penitencia tortuosa que debemos hacer mientras “la madrugada”, la hora en que ha terminado el tiempo de fingir, llega. Esa hora en que aflora lo que realmente somos: hipócritas, siendo todo lo contrario a lo que se supone que debemos ser, santos.
Esto viene pasando desde siglos atrás, es casi una tradición, pero escondida; aunque esté muy oculta, Jesús siempre tuvo palabras para quienes han escogido maquillar el lado oscuro con espiritualidad fingida; con sus palabras nos haremos unas cuantas preguntas para que sepamos quien es el auténtico “yo”: el que se muestra espiritual o el de la madrugada.
¿Que ojos me interesan?
“Más ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.” (Lucas 11:42)
Estos “siervos” se dedicaban a ofrecer a Dios el diezmo de las cosas mas insignificantes (Miq. 6:8) pero no para agradarlo, sino para crearse fama de una reverencia minuciosa; cuando los demás los vieran entregando diezmos de tan poca cosa seguramente pensarían que eran fieles aún en el mas pequeño detalle. Pero algo diminuto sin el corazón correcto sigue siendo diminuto. Adoraban solo con lo que los ojos de la gente podían percibir, pero habían dejado de lado lo que solo los de Dios podían observar: la justicia, misericordia y la verdadera fe (Mt.23:23).
¿Para los ojos de quién somos cristianos? Muchos de nosotros a la hora de adorar a Dios lo hacemos con lo de afuera, lo externo, lo que la gente ve y admira, con todo lo que crea fama y prestigio; pero mientras lo de afuera “adora” lo de adentro peca y se aleja de Dios a cada segundo. Triste y común cuando servimos en el ministerio.
¿Tengo el síndrome?
“Ay de vosotros, fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas.” (11:43)
No estaban en la sinagoga si no se les daban las primeras sillas y el alimento de su farsa espiritual era que los reconocieran en público, que alabaran lo rectos que eran y exaltaran la piedad que actuaban. Era el elixir de la vida de un fariseo, su meta espiritual era hacer crecer su ego y no la adoración al Dios que en teoría servían. Pobres de ellos porque solo buscaban una posición importante pero no hacían nada para cambiar su posición espiritual. Reconocidos para la gente pero sin el reconocimiento de Dios.
Este es el síndrome del “cristiano quinceañera”; hace que el creyente crea que todo el día y todos los días la cosa se trata de él: si es pastor, que todos le digan que el mensaje fue un éxito. Si es líder de jóvenes, que todos los padres le digan que su hijo fue rescatado del infierno gracias a su trabajo (no al de Cristo). Si es de misiones que le digan que nadie más hizo los esfuerzos que está haciendo. Y si es estudiante de seminario, que todos reconozcan sus nuevos y radicales puntos de vista superiores a los de Spurgeon.
Todos tienen que abrirme paso con una sonrisa para que camine en medio y exhiba mi “brillante vestido”, de lo contrario no vale la pena hacer nada. Nos gusta el reconocimiento público pero no nos preocupamos por el divino.
¿Contamino o ayudo a purificar?
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben.” (11:44)
La gente común no siente paz en un cementerio porque saben que están rodeados de muerte, los que no saben que están caminando en uno siguen su paso porque no temen a lo que ignoran, pero siguen rodeados de muerte. Si eras judío no podías tocar un sepulcro porque quedarías inmundo (ver Nm. 19:16), si sabías donde había uno, guardabas tu distancia, el problema era si no sabías y tocabas uno, el resultado era el mismo. Espiritualmente pasaba lo mismo con aquellos que llegaban a relacionarse con los fariseos, ellos eran los sepulcros y todo el que entrara en contacto con ellos y su falsedad quedarían sucios sin saberlo.
¿Que ha pasado con todos los cristianos que entraron en contacto conmigo? ¿ayudé a que sigan santificándose para el Señor o los ensucié? En muchas ocasiones hacemos que las personas sean mas pecadoras que santas; a los nuevos creyentes les alejamos de las buenas prácticas de la biblia y los mal criamos para que la desobedezcan, la excusa es que ya somos cristianos viejos y que ya sabemos como funcionan realmente las cosas. El mayor peligro es cuando ignoramos nuestra propia suciedad y ensuciamos a los que tampoco saben lo que somos.
No necesitamos cargar la imagen del “Señor sepultado” por las calles en viernes santo, pero quizá espiritualmente es la imagen que muchos cargamos y mostramos al mundo; porque el testimonio de Cristo quedó sepultado con todos aquellos pecados que contradicen todo lo que deberíamos ser.