Algunas veces imagino qué sería lo último que le diría a mi esposa o a mis hijos si tienen que verme morir; por supuesto que no me imagino en una muerte patética, sino en una más bien heroica y si es en un escenario medieval defendiendo nuestro castillo llamado “hogar” mientras avanzo empuñando una espada y liderando un ejército contra las huestes del mal, mucho mejor… la imaginación vuela sin control algunas veces. Pero el punto es que todavía no tengo las palabras inmortales que quiero que pongan en mi lápida.
Los libros, las películas y las crónicas de gente famosa nos han acostumbrado a la frase “sus últimas palabras”, que por lo general son líneas impactantes o al menos curiosas: dicen que George Harrison, uno de los integrantes de los Beatles, dijo “Todo lo demás puede esperar, pero la búsqueda de Dios no, amaos los unos a los otros”, y aunque no me gustan los Beatles me parece mejor frase que la de otro integrante, John Lennon: “Me dispararon” quizá porque la de Harrison en gran parte son palabras de Jesús. También las hay un tanto geniales como las de Beethoven: “Aplaudan amigos, comedia finita est (la comedia se ha terminado)” o como dije, curiosas, como la de Sócrates: “¡Critón, le debemos un gallo a Asclepio…” cuyos expertos en su vida sabrán explicarte a detalle; o la más épica de la historia: “Consumado es”, que ya sabes de quién es y por qué la dijo.
Escribimos cada palabra de nuestras últimas palabras durante todos los días de nuestra vida, de modo que esa última frase que salga de nuestra boca solo será un resumen de quiénes fuimos. Algunas vidas probablemente están preparando frases con lamentos y otras, como en el caso de Pablo, de satisfacción y aprobación personal:
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7)
Pensando en esas palabras, aquí hay unas sugerencias para que al final de tus días puedas tener unas buenas “palabras inmortales” para decir a quien presencie tu muerte; pues antes de poder decirlas o escribirlas hay que vivirlas.
1. Vive bien
No estoy hablando de tener una posición social alta, la suficiente “plata” para no desear nada o las mejores apps para estar saludable; sino de lo que Pablo dice primero en su frase: “He peleado la buena batalla…”, se está refiriendo a una clase de pelea en los juegos olímpicos de aquel entonces, de hecho ambos ejemplos de su frase hacen alusión a las olimpiadas griegas.
La frase puede confundir un poco y hacernos pensar que se está refiriendo que de la buena y la mala batalla él peleó la que era buena (lo que puede decirse en un sentido también), pero lo que en realidad está diciendo es que la batalla que tenía que librar la peleó bien, con toda legalidad. Sabemos que está hablando de la vida cristiana porque en el capítulo 2 ya ha mencionado: “Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente” (5).
Que la alusión a un juego olímpico no nos engañe, porque se usa la palabra “batalla” es decir, que la pelea es necesaria. Una batalla que tiene que librarse en oposición con el diablo, el mundo y nuestra carne. La vida cristiana se vive bien cuando se pelea; el verdadero cristiano tiene que saber que se adentra en un combate que no acabará hasta el día de su muerte.
En mi película favorita acerca del rey Arturo, su amigo Lancelot discute con él y le dice: “Yo moriré en batalla… espero que sea en una batalla que yo elija”, me parece una frase muy buena porque te hace ver a Lancelot consciente de que en su vida estará en un constante campo de batalla contra ejércitos, que de esa manera morirá, y se niega a ello. De la misma manera, el creyente debería tener claro que la vida cristiana es una batalla en la que es necesario elegir estar y no negarse a lucharla a muerte.
Al mismo tiempo, “la buena batalla” también nos está indicando que existe una mala manera de pasar por ella, el problema es que si alguien no pelea legítimamente, pese a las trampas y trucos carnales que quiera utilizar, siempre terminará en derrota espiritual.
2. Corre bien
“… He acabado la carrera.”; hablemos de lo obvio, no dice “he empezado la carrera”, sino que indica haberla terminado, tampoco menciona que la dejó a pocos metros de empezar o que la abandonó a la mitad de ella o casi hasta el final; “Abandonar” siempre hubiese significado lo mismo sin importar en qué parte de la carrera lo hizo.
Para poder exponer bien lo que quiero decir tengo que vestirme del clásico pastor de jóvenes que tiene una predicación “cool” para los deportistas, utilizando también su versículo lema para esas predicaciones:
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire.” (1 Corintios 9:24-26)
O sea que si te vas a meter a la carrera más te vale que sea para ganar el premio y no solo por la curiosidad de intentarlo, el objetivo es llegar al final, ganar la carrera. No tengo la menor duda de que muchos de los miles de corredores que se apuntan para la maratón de Boston lo hacen solo para decir: “estuve en la maratón de Boston” o como en mi país, en una de las carreras más grandes, se apuntan miles de corredores pero solo por la experiencia sin intenciones de ganar, porque como ellos mismos dicen: “Siempre ganará un Keniano, así que basta con la selfi portando mi número”; pero en la carrera cristiana no se puede entrar con esos pensamientos, no se corre para experimentar, se corre para ganar en serio.
Pero el consejo de “corre bien” también es una advertencia; si buscas más acerca de la maratón de Boston tarde o temprano encontrarás el nombre de Rosie Ruiz, quien en 1980 sorprendió a todos llegando en primer lugar de entre los miles de atletas; la gloria duró hasta que, tras varias sospechas e investigaciones, dos estudiantes de Massachusetts dijeron que la vieron salir del público por una de las calles que no eran parte del recorrido; había hecho trampa tomando extravíos y se cree que hasta el metro de la ciudad para llegar en primer lugar. O en otra clase de carrera, encontrarás al ciclista Lance Armstrong, quien ganó siete años seguidos el “Tour de Francia” y que tiempo después le quitarían todos sus títulos por dopaje. Ninguno de ellos corrió bien sino haciendo trampa. Se puede correr una carrera cristiana con la trampa de la hipocresía.
Hechos 20:24 nos da un matiz más acerca de cómo se llega al final de la carrera, de cómo se corre bien: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.”.
Debes quitar de en medio todas las cosas que te estorban para aprobar las pruebas de la vida cristiana, también las cosas que te hacen caer en tentación y ponen incluso tus más grandes sueños como razón suficiente para no terminar la carrera. Tampoco las vidas ajenas que llegan como intrusas para entorpecer nuestros pasos:”… Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la verdad? (Gálatas 5:7), tan solo imagina qué clase de palabras finales tendría alguien que no corrió bien la vida cristiana: “No hagas trampa como yo lo hice” puede sonar a buen consejo en el final de una vida, pero no dejará de ser un lamento.
3. Elige bien
Puedes estarte preguntando ¿por qué “elige bien” si la última parte de la frase de Pablo es “he guardado la fe”?, pues porque hay muchos “cristianos” que han elegido no guardarla. Unos versículos antes, Pablo habla acerca de malas personas escuchando a malos predicadores: “Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos” (4:3-4 LBLA)
Estos son los hombres que no han guardado la fe, pues eligieron ignorar la sana doctrina y guiados por sus pecados y malos deseos, se preocupan por oír o entregar un mensaje que solo les deleite los oídos, aunque sean solo mentiras; se apartaron de la verdad al basar sus vidas en mitos (historias creadas por hombres que intentan explicar todo asunto importante del hombre y sus costumbres); fábulas (RV1960) como autoridad de vida en lugar de la Biblia. Pensamientos humanos por encima del evangelio puro de Cristo… o reels de treinta segundos de filósofos en TikTok en lugar de un cuidado estudio de la Palabra, porque ya todo se espera de este mundo.
Si lees bien del versículo 1 al 8 (de verdad te estoy pidiendo que lo leas) vas a ver que Pablo le está hablando sus últimas palabras a Timoteo como un hombre que predicó el verdadero evangelio a tiempo y fuera de tiempo, convenció, exhortó y reprendió con paciencia eligiendo la sana doctrina para agradar a Dios y no al oído de las personas (3); que no apartó su oído ni el de la gente de la verdad haciendo que los mitos fuesen el centro de la vida (4); que fue sobrio en todo y que soportó las aflicciones (y además lo sigue haciendo mientras llega el momento de su muerte). Un hombre que fue evangelista y que cumplió su ministerio; y porque tiene la conciencia tranquila de esa vida, puede aconsejar a Timoteo a que haga lo mismo, razón por la que puede decir con completa satisfacción y tranquilidad “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.”
Con lo que llevas viviendo hasta ahora, ¿qué clase de “últimas palabras” estás escribiendo?