Imagine a un alumno que se retiró de la matemática sin haberse esforzado para estudiarla, porque que no estuvo dispuesto a enfrentar las operaciones complicadas y que ahora quiera exponer al mundo el porqué nadie debería ser un matemático. Es absurdo, lo sé.
Pero siguiendo con mi absurdo, imagínese que este alumno mediocre, que se dio por vencido en las sumas de dos cifras por la “hipocresía de ellas” decida hacer un nuevo sistema matemático en el que las leyes normales no se apliquen, en el que la suma de dos cantidades no importen y que sean lo que cada quien decida que sean; sistema en el que dos menos dos sea cuatro; ya que el signo menos puede ser “más” para el que quiera. Usted y yo estaríamos de acuerdo que el ejemplo es demasiado ridículo para siquiera imaginarlo.
Y que tal si le digo que la razón por la que este aspirante renunció a la verdadera matemática no fue encontrar incongruencias después de un estudio consciente y detallado de ella; sino que está frustrado porque los números no dieron los resultados que él quería, es decir, estaba entusiasmado imaginando las cifras que esta podría darle a favor; quizá en un estado de cuenta bancaria o en un negocio imaginario… o quizá tan solo quería que cinco más cinco diera once. Cualquiera fuese el caso las matemáticas no fueron lo que él imaginó y no se podían operar a su manera sino de una única forma con resultados siempre iguales aunque se invirtieran los factores; sencillamente se dio cuenta que no podía hacer que los números fueran a su imagen y semejanza.
Pero déjeme seguir empeorando el sin sentido, supongamos que para resolver en su alma esta desilusión, ha creado un sistema matemático propio y que además este mal alumno oponiéndose a la ciencia numérica en la que fracasó, por satisfacer sus sueños frustrados (porque vamos a ser sinceros: nunca quiso ser un matemático de verdad sino solo probar serlo) decida publicar sus caprichos con el título de “Lo que la matemática debería ser: un nuevo estudio basado en mi falta de comprensión y esfuerzo en ella, al que todos deberían hacerle caso”; pensaríamos que no habría de qué preocuparnos porque es un alumno mediocre.
Ahí es donde el absurdo se vuelve pesadilla, puesto que no hay solo un alumno mediocre frustrado con las matemáticas en el mundo, hay cientos como él que ya han comprado el libro; enojados con los profesores de matemáticas por ponerlos a resolver sumas de tres cifras muy radicales que no respetan las preferencias y emociones de estos que ya se autoperciben como matemáticos y que no quisieron aceptar nunca que uno más uno es dos. Estos ahora tienen a un revolucionario “brillante” que los representa; ahora son muchos, y en sus mentes (la misma que los hace creerse matemáticos) los suficientes para acabar con el sistema matemático arcaico establecido; de hecho ya han creado frases pegajosas como “Mis números, mi decisión” pero no han querido usar “Ni una menos” porque entonces tendrían que usar matemáticas reales.
Uno pensaría que semejante estupidez revolucionaria no duraría mucho, como toda mente lógica puede prever; sin embargo la pesadilla continúa cuando numerosos y quizá reconocidos matemáticos del “antiguo y establecido” sistema comienzan a darles razón a sus protestas, y esto, no sin antes obligarse a olvidar o por lo menos ignorar con toda su fuerza lo que conocen acerca de las matemáticas; trayendo la incógnita a la mente de otros alumnos que en verdad las aman y que ahora ven a sus eruditos cambiar de bando, argumentando que: “el mundo de las matemáticas ha sido demasiado duro con estos grupos que son una realidad y que no se debe ignorar en el ámbito académico”.
Pero de pronto aquel alumno mediocre se da cuenta que esta nueva revolución de falsos matemáticos no debe ser solo de una disciplina, sino que tiene que alcanzar todo lo demás, por tanto como el sistema musical también depende de los números, la música entonces debe empezar a seguir su sistema mediocre y sin sentido; de hecho los eruditos y grandes maestros como Händel, Vivaldi o Beethoven estuvieron siempre equivocados con sus grandes obras, sus melodías son ahora horrorosas porque no se crearon con sus parámetros numéricos.
En su ejercicio ignorante también nota que en esos papeles que tienen varias secciones de cinco líneas y cuatro espacios que algunos llaman “pentagrama”, sobre los que se dibujan “bolitas negras y blancas con palitos sobresaliendo de ellas” (y que dicho sea de paso: es un sistema racista), las mal llamadas “grandes mentes” escribieron algunas letras desordenadas aquí y allá; entonces decide que su revolución debe abarcar también a las letras, por tanto su sistema caprichoso tiene que estar presente en la literatura; se decide entonces motivar a sus adeptos a crear las nuevas obras correctas que rigen no solo a las matemáticas sino a toda la humanidad.
¡Qué más da! usted puede seguir la historia de este alumno como quiera, no hace falta ser coherente con la narrativa. Pero si lo tonto de este caso le parece conocido; la sucesión inverosímil de estupideces, apelmazadas a fuerza de una manera ridícula una tras otra y con los peores argumentos posibles como hilo conductor que las une, entonces no le será difícil comprender que no estoy hablando de matemáticas y que el mundo en verdad esta cambiando por aquellos mediocres.