Querido aspirante a guerrero, en mi última carta te hablé de la situación de la presente y cruenta guerra que el reino enfrenta. En está quisiera ser más específico y advertirte sobre la sombra, aliada incondicional del enemigo, que estremece a la mayoría de caballeros, y no sin razón, porque por ella los emisarios se debilitan y algunos nos dan la espalda; por ella las familias de los que, a manera de juguetona valentía, decidieron salir a verla cuando apareció en la región, lloran sin consuelo; porque por su delicado pero asfixiante perfume, los que se pensaban fuertes, han muerto.
De otras regiones llegaron los registros de caballeros del rey que con morbo oculto, cuando escucharon que se esparcía entre las calles quisieron juguetear astutamente con ella, saliendo con la nariz cubierta para no respirarla, pero no sabiendo que se mete en el alma por el ojo y gana las almas de los desapercibidos. No, mi querido, no hay quien la mire y salga ileso de su daga; pone el sutil perfume en la nariz pero le da placer a los ojos, pues como nube del cielo toma silueta humana, de hermosa mujer, para que la veas una y otra vez y para que tu mano derecha abandone su espada, renunciando por breves instantes a tu lealtad celestial. Pero, aunque el placer que da a los ojos es breve, su herida dura generaciones.
Mi querido, eres joven, pero no seas simple ni falto de entendimiento en tu viaje al castillo. Ella también viaja por todas las regiones y pueblos del reino y desea los ojos y manos de todo hombre, pero anhela con especial odio a los caballeros de nuestro ejército. Los caza a la tarde del día, cuando oscurece, en la oscuridad y tinieblas de la noche; con atavío de ramera y astuta de corazón, alborotadora y rencillosa. Unas veces está en la calle, otras en las plazas, acechando por las esquinas; los toma y los besa con descarada ternura mentirosa, prometiéndote amores alegres hasta la mañana. Pero no corre y tampoco se puede cantar victoria sobre ella tan pronto; porque en ocasiones solo introduce suspiros que años después se convierten en asfixia del alma.
Oh, querido aspirante; he visto sus cadáveres, los suficientes para saber que está preparando la mirra, los aloes y la canela para hechizarte a ti también; para acabar, en la medida de lo posible, con tu servicio al Rey antes de que siquiera comiences. Si cruzas sus linderos te rendirá con la suavidad de sus muchas palabras y te obligará con la zalamería de sus labios; y estando adormecido envenenará tu corazón y pervertirá tu mirada por largas épocas.
Ahora, mi querido aspirante, la guerra es cruel y violenta, y porque temo por tu bienestar, tengo dos consejos para darte; aunque la sombra es descarada, también es astuta y es probable que ya haya dejado su perfume en tu corazón desde antaño, por eso mi primer consejo es que no dejes que ese agrio, lujurioso pero delicado aroma inunde tu nariz o que ofusque tu vista cuando veas a una doncella, quien sea que esta fuere, porque la sombra se esconde más cerca de lo que crees y en quien no sospechas.
¿Recuerdas cuando me preguntaste acerca de mi desagradable aspecto y te dije que algún día te contaría la historia?; este es el día: hace más años de los que quisiera reconocer, fui librado de la muerte en pleno campo de batalla; la sombra se levantó sobre todos nosotros cual nube negra, en ese mismo instante la voz del Rey que guerreaba delante de nosotros ordenó postrarnos y bajar la mirada para no verla hasta que él mandara levantarnos. Pero encontré que la peste de ella había entrado en mi nariz desde antaño en algún momento, por lo que, adormecido por la suavidad de sus palabras llamando en mi cabeza abrí un ojo para ver tan seductora silueta, que con ternura comenzó a tocar mi mano derecha.
– ¡Échalos de tí! – me ordenó el Rey, y entonces reaccioné sintiendo como mi ojo ardía y viendo como mi mano derecha comenzaba a gangrenarse, como si raíces oscuras crecieran a lo largo de ella, cundiéndola de dolor. Ya en una ocasión el Rey me había instruído, como seguramente lo hará contigo, diciendo que si el ojo derecho me era ocasión de caer, debía sacármelo y echarlo de mí: “mejor te es, – dijo- que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y sí tu mando derecha te fuere ocasión de caer, córtala, y échala de tí; que mejor te es, que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”
Mi querido, tuve que hacerlo, enterré mis dedos en la cuenca de mi ojo y lo arranqué; cuando me di cuenta que el dolor aturdía más a mi corazón que a mi carne y huesos quise detenerme, pero en medio del dolor se plantaba con más fuerza la agonía de haberle fallado al Rey y el temor a morir, por eso, con la espada que él mismo me había dado me corté la mano derecha y la arrojé lejos de mí. Entonces volví a golpear mi cabeza contra el suelo para no permitir que la sombra me volviese a tentar; oh mi querido aspirante, me desmayé, pero no morí.
Aspirante, aunque deseo que nunca tengas que hacerlo y que apartes la mirada en el preciso momento; o nunca tal acontezca, si ya tu ojo la ha visto y tu mano ha sido tocada por ella, échalos de ti. Ese es mi segundo consejo. No te confíes, porque el mismo Rey dijo que “cualquiera” que haya tenido esa mirada con las doncellas ya tiene envenenado el corazón.
No por haber sido elegido ella se rendirá contigo; que esta carta te haga ser avisado de que tal peligro es peligroso para “cualquier” clase de guerrero, debes poner cuidado en estas cosas que te digo, ser cauteloso, y digo aún más, ser temeroso de no confiarte en este mal. Deseo que esta palabra: “cualquiera”; te estorbe la vista con letras de oro y vigile tu corazón advirtiéndote que el próximo cadáver de la sombra podrías ser tú.