“Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y Rufo, que venía del campo, a que llevase la cruz.”
(Marcos 15:21)
Simón de Cirene es uno de esos personajes que para el lector apresurado resulta un artículo decorativo del camino a la cruz; olvidado por la mayoría y con mucha razón opacado por Cristo; porque al tener al Rey de reyes como protagonista es natural dejar de lado a los demás. Sin embargo, quiero detenerme un momento con Simón, porque creo que observándolo podremos resaltar aún más al protagonista principal, Cristo.
“Y obligaron a uno que pasaba”: Simón no era un asistente (por lo menos no uno realmente interesado) en las calles aquel viernes que Jesús iba de camino al calvario. La biblia dice que “pasaba” y que “venía del campo” y que además lo obligaron a cargar el madero; es claro que la cruz del nazareno no era parte de su agenda. Aquí tenemos a un hombre que “se topó” con Cristo, no por accidente sino en un plan establecido desde la eternidad, un encuentro que cambia las prioridades en un instante; ya no venía del campo y ahora; no solo pasaba sino que llevaba la cruz de Cristo.
“A que le llevase la cruz”: su primer encuentro con Jesús no fue para recibir un milagro, para hacerle una pregunta o mucho menos para obtener una vida de prosperidad económica o prestigio; sino para cargar la cruz, experimentar un poco del sufrimiento de Cristo; la vergüenza social de estar al lado del que decía ser el Hijo de Dios.
“Padre de Alejandro y Rufo” este era un hombre de familia; sabemos que en Romanos 16:13, Pablo menciona a Rufo y su madre (la esposa de Simón de Cirene), miembros de la iglesia de Roma (Marcos, el escritor del evangelio estaba muy relacionado con aquella iglesia). Pero esta información que escribo es solo para que notemos que aquel encuentro con Jesús y su cruz, no sólo impactó a este hombre sino que también a su familia.
¿Qué hacer entonces un “viernes santo” como hoy?: simplemente recuerda que el encuentro con Cristo es:
1. Un cambio de prioridades, de lo que planeas a lo que Dios planeó desde la eternidad: las buenas obras que preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2:10)
2. Un llamado a tomar nuestra cruz y seguirlo; un recordatorio de que Cristo usualmente es motivo de incomodidad más que de “prestigio” y que solo los verdaderos seguidores se niegan a sí mismos y siguen sus huellas (Mateo 16:24)
3. Un aviso de que los más cercanos a mí son testigos de ese encuentro y que provocará reacciones, a veces buenas (para su gloria) a veces no las que esperamos (para su gloria)
4. y es una declaración de que, si nos decimos cristianos, hay un “antes” y un “después” de la cruz de Cristo.
