La primera vez que invité a mi novia (esposa ahora) a conocer mi casa (porque no era de mi pueblo) coincidió exactamente con el día que a mi papá le dio el infarto, así que en vez de ser un día feliz fue un día de temor e incertidumbre para toda la familia. Mucho tiempo después, ya con mi padre sano, teníamos los planes hechos de mi boda hacía meses, pero unas semanas antes mi abuela tropezó, terminó en el hospital y allí estuvo hasta que un día antes de mi matrimonio, murió; por supuesto no podíamos tener una boda y un velatorio al mismo tiempo, así que nos dedicamos a ella.
Sé lo que estás esperando, que te diga qué era lo que estaba haciendo mal para que estas “tragedias” me sucedieran; tal como si fuese un nuevo Acán con pecados no confesados y trayendo la desgracia sobre Israel (Josué 7), el puente para que todas estas desdichas cruzaran a mi vida. Pues no, mis arrepentimientos estaban hechos y la confesión de mis pecados estaban al día con el Señor, no tenía un manto babilónico ni un lingote de oro escondido en mi cuarto, estaba en comunión con el Señor.
Existe un pensamiento un tanto “pedante” que nos dice que toda “desdicha” muestra una realidad espiritual en las personas. Que todo “pobre” cristiano que se cae de la bicicleta tiene una vida atestada de pecados y necesita confesarse; es así como un accidente, una desventura o una contrariedad es el medidor trágico de nuestra vida espiritual. Si esto es así Cristo era el más pecador de todos y tendría que estar debajo del justo Job.
Creo que esta clase de pensamiento existe porque existen algunas personas que se creen más justas ante Dios porque la vida no los ha golpeado tanto, no han sufrido como muchos otros; como si el hecho de no haber atravesado tragedias fuese un premio por ser buenas personas. Y con esto no estoy diciendo que Dios no discipline a sus hijos o castigue a quien él decide, lo que estoy diciendo es que una vida sin tragedias no demuestra necesariamente que estoy bien delante de Dios o viceversa, conozco buenos cristianos a los que les dio coronavirus en plena comunión con Dios.
“En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?” (Lc.13:1-2)
Un grupo de personas habían sido asesinados por Pilato en el templo; al parecer lo que importaba era la razón por la que – la gente decía – había pasado: el pecado de todos los que murieron.
“O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?” (13:4)
En pasajes anteriores Jesús ya había dejado claro que no reconocerlo como Mesías era un pecado monumental, los fariseos y escribas no habían querido reconocer a Cristo como tal (teniendo todo el conocimiento necesario para hacerlo) y tampoco querían que los demás lo hicieran, por eso entorpecían el paso a él. Era una falta que brillaba desde lejos.
¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis.(11:52)
Por eso cuando se mencionan estas tragedias vemos una intención clara de Lucas de enseñarnos que había cierto grupo de personas que, al escuchar la sentencia de Jesús a su incredulidad, quisieron justificarse y ponerse en un rango espiritual más alto que a los que les había sucedido las tragedias mencionadas; algo así como diciendo: “Pero no podemos ser tan pecadores, no nos han pasado semejantes cosas como a aquellos, ellos debieron estar peor que nosotros, por eso les pasaron esas cosas”. Pero Cristo dice para ambas tragedias:
“Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (v.3 y 5)
La verdad es que podían tener paz y tranquilidad y nunca sufrir desdichas tan grandes y de todas formas tener el castigo eterno de parte del Señor; ni eran más que los galileos asesinados en el templo ni mejor que los dieciocho que fueron aplastados por la torre de Siloé, lo único que podía cambiar las cosas era arrepentirse del pecado de no reconocerlo como el Salvador Mesías, su destino todavía era la muerte eterna, la separación del Señor en la eternidad.
Es muy fácil poner nuestro bienestar, salud y “buena suerte” como evidencia de que nos está yendo bien y que seguro todo está correcto delante el Señor; pero nuestro bienestar y salud espiritual no se mide por el número de tragedias que hemos vivido o no, sino con la decisión de arrepentimiento de un corazón genuino. Con la decisión de hacer o no lo que la palabra de Dios dice que hagamos.
Por supuesto que puedes sentirte mucho más espiritual porque dentro de tu casa estás más resguardado de accidentes (según tú) a comparación del que trabaja en una construcción, pero la verdad es que dentro de casa es donde más puedes pecar, es el primer lugar en donde se puede perder la comunión con Dios sin hacerte un rasguño. Al contrario del que quizá se acaba de quebrar la pierna y el hueso le ha roto la piel (ya sé que es exagerado), pero tiene una espiritualidad intacta delante del Señor. La medida correcta es Cristo mismo, su palabra y mi obediencia o desobediencia. Reconocer o no lo que es evidente, lo que la Biblia está marcando con urgencia.
¿Con qué mides tu salud espiritual: con la palabra o con la falta de accidentes en tu vida?