“El rico siempre humillando al pobre” ya ustedes sabrán el contexto de dicho meme, y con razón; cada vez que lo vemos en películas o, dependiendo de tus gustos, en telenovelas, el rico siempre es el villano que necesita recibir una lección del pobre, porque es este último en el que “la divinidad” ha escogido reposar toda virtud y ejemplo: es el pobre el que sirve a Dios ante la mirada altanera del rico y poderoso, es el pobre quien tiene conciencia de Dios como digno de toda adoración, es el pobre el humilde aunque su corazón sea perverso… Pero a veces, como suelen decir, la realidad supera a la ficción; en los evangelios hay algunos ricos en específico, que como si nos encontrásemos en un “universo alterno”, nos dan varias lecciones de humildad y servicio:
Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras.
Juan 19:38-39
Y sí, ambos tenían más posibilidades económicas que la mayoría de nosotros, ya lo verás.
Servir es crecer
Cuando el evangelio de Juan introduce a José de Arimatea, a diferencia de los otros evangelios, dice que era un discípulo de Jesús en secreto, y además, sin dejarnos imaginar la razón: “Por miedo de los judíos”.
¿Pero por qué el miedo?, pues porque al ser miembro del sanedrín que decidió matar a Jesús (aunque él no estuvo de acuerdo) y que había amenaza de expulsar a cualquier judío que reconociera a Jesús como Mesías (Jn.9:22), podría perder todo, no solo en la comunidad religiosa, también en su sociedad. Declararse seguidor de Jesús en un ambiente hostil contra tal hombre era demasiado arriesgado.
Además, Juan nos habla de otro hombre: Nicodemo:“… El que antes había visitado a Jesús de noche.”, que mencionando ese detalle de la noche, también nos está mostrando una situación parecida a la de José, seguidor a escondidas; aunque este disimuladamente queriendo “salvar” a Jesús (por decirlo de alguna manera) sugirió al grupo escuchar lo que el acusado tenía qué decir para hacerle un juicio justo (Juan 7:50-51). Pero ambos compartían una fe escondida.
Habiendo dado un poco del contexto de estos hombres, ahora puedo hablar de la primera lección que encuentro en estos detalles: el servicio a Dios hace que el discípulo real salga a la luz, o al revés, todo verdadero discípulo no se mantendrá oculto porque, pese a las amenazas, tendrá el deseo de servir aunque para esto tenga que exponerse.
He conocido a muchos jóvenes negándose a servir al Señor en lo más simple dentro de sus iglesias por temor a sus amigos, o incluso para que Fulano de Tal, que es un hermano de la iglesia, no lo critique o porque ya lo criticó. En verdad tienen miedo de lo que su entorno pueda declarar en su contra y eso que los que están a su alrededor no es ni el sanedrín o el gobernador de Roma; pero el miedo existe.
Es más, dice Marcos que José de Arimatea “entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús” (15:43), pasó de temeroso a temerario. En esto José de Arimatea y Nicodemo crecieron, tenían mucho qué temer y mucho que perder; pero la muerte de Cristo en la cruz parece haberles cambiado de tal manera que todo por lo que escondían su fe no importaba más. Servir a Dios es parte del cambio que él mismo produce en nosotros, porque hace que esa fe que por alguna razón ha estado encarcelada, rompa los barrotes y sin importar las consecuencias medidas, nos exponga ante los demás como seguidores genuinos.
Servir es aprovechar
Sí, aprovechar lo que él mismo me ha dado; Mateo 27:57 presenta a José como un hombre rico, Lucas nos dice que gozaba del prestigio de hombre “bueno y justo” (23:50) y el ser miembro del concilio de los judíos solo añadía más a esa excelente reputación, el escritor Bo Giertz dice al respecto que esto fue lo que le permitió acercarse a Pilato para pedir el cuerpo de Jesús (porque no sé si se te había ocurrido que ni tú ni yo hubiésemos podido acercarnos a él a menos que fuésemos alguien que Pilato considerara ser “alguien”); aquí tenemos a un hombre que no solo ha tenido valor de salir de su escondite, sino que además utiliza su misma posición para servir al Señor.
Sobre esto, el comentario “Jamieson-Fausset-Brown” dice algo muy interesante, y cito, que Pilato “… enterado del centurión” de que era como José había dicho, “dió”—más bien, “hizo obsequio de”—“el cuerpo…” (Mar. 15:44-45); impresionado posiblemente por la calidad del peticionante, y por la petición, en contraste con el espíritu del otro partido y el grado humilde al cual, según se le había hecho creer, pertenecían los seguidores de Jesús. Posiblemente estaría él dispuesto a mostrar que no iba a llevar este desagradable asunto más lejos”
Algunos usan su riqueza, posición e influencia para resguardarse de los peligros, él estaba mostrando ser discípulo a través de esa plataforma que no por casualidad había alcanzado.
La verdad es que cada uno de nosotros tenemos un contexto inmediato en el que podemos utilizar lo que somos, lo que se nos ha dado, con el propósito de servir a Dios. Soy de los que cree que hasta la belleza o estatura ha sido dada para ponerlas al servicio de Dios, con esto aclaro que no estoy discriminando a los feos (de los cuales yo soy el primero) o a los bajitos y Hobbits; lo que digo es que debemos aprovechar lo que se nos ha dado para servir a Dios; él no desperdicia nada. Pero hay que apuntar también que el creyente parece pensar al revés, que cuanto más “sube” de posición o influencia menos se tiene que servir y más se debe ocultar el cristianismo.
Servir es revelar
“Tomaron, pues el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos.” (Juan 19:40)
Opción 1: ser de los que ponían sus mantos mientras Jesús hacía su entrada triunfal, anunciando que el Mesías había llegado a Jerusalén.
Opción 2: ser de los que bajan de la cruz el cuerpo muerto de ese Mesías (juzgado como criminal) para ponerlo en una sábana y sepultarlo, lejos de la mirada de la multitud o juzgados por los pocos que te miren.
No seamos hipócritas, la mayoría escogería la primera opción, no hay nada de glamouroso en servir a Dios con lo que los demás no quieren hacer; con el cuerpo de quien fue tratado como delincuente por los judíos y los romanos. Es en estos actos en que podemos ver la fe de José y Nicodemo, lo que realmente creían en su corazón. Para ellos ese cuerpo no era uno más que va para la fosa común, como un delincuente que daba vergüenza, sino el de quien había traído el Reino de Dios que habían estado esperando por mucho tiempo (Marcos 15:43), el Mesías prometido, por tanto, iban a darle una sepultura digna.
Empecé a servir a Dios en campamentos de jóvenes, dentro del Staff había varios grupos, de ellos, los que estaban encargados de los juegos, eran los más vistos por todos y el grupo en el que todos querían estar, yo incluido; pero me tocó lavar platos y lavar baños, donde nadie me miraba y donde lo único que brillaba era por donde pasaba el jabón. Piensa por un minuto que dejaríamos de negarnos a hacer lo que no nos gusta en la casa, la iglesia, ministerio, o donde sea si tan solo recordásemos que es un rey al que servimos; que por más estético o sucio que sea el trabajo, ambos están al mismo nivel bajo sus pies, que se hace para honrarlo a él y no a nosotros. La razón por la que un diácono no quiere pasar un trapo limpio sobre una banca de la iglesia es porque tiene el corazón sucio, no hay otra, sus intenciones se revelan conforme escoge qué “servicios” son dignos de él; en otras palabras: él elige cuándo, cómo y dónde Cristo merece sus rodillas.
Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.
Juan 19:40-42
Servir es ofrecer
“Y lo puso en su sepulcro nuevo…” (Mt.27:60); como ya sabrás, era una tumba labrada en una peña, un “lujo” para morir solamente accesible para la gente que podía costearlo. Es decir, que en su servicio no solo puso tiempo, sino también lo que le pertenecía; la inversión que había hecho para sí mismo.
También mira lo que dice de Nicodemo: “…vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras.” (Jn.19:39), aromas costosamente pagados por él y obedientemente traídos por sus sirvientes, una cantidad que solo se podía pensar para los reyes y nunca para un crucificado; una vez más vemos la convicción de ambos en estos detalles; el Hijo de Dios era digno de eso y más.
Para muchos de nosotros el servicio se acaba cuando se mira dentro de la billetera, y no, este no es un discurso tipo milagrero fraudulento para pedir cash a granel; más bien estoy hablando de que al ofrecernos para servir a Dios, lo hacemos por completo, con nuestros recursos incluidos. No hay algo que sea demasiado costoso o demasiado barato para entregarlo a Dios; no hay tal cosa como “mis cosas” y “las de Dios”; todo lo que soy y tengo le pertenece a él y, por tanto, es puesto a su disposición.
Hace unos meses mis hijos quisieron regalar unos peluches para adornar la sala cuna de la iglesia, hace unos domingos el menor volvió a verlos y pidió llevárselos de regreso a casa, después de un pequeño, pero vergonzoso berrinche mi esposa y yo lo calmamos y le explicamos que cuando damos algo a Dios no es hasta que se cambia de opinión, sino para siempre por amor a él; pareció entenderlo; veremos que sucede los siguientes domingos. Y aquí es donde te compruebo que este no es un mensaje como los del evangelio de la prosperidad, que te pide dar para recibir a cambio, dar un centavo para que te regresen dos; dar una tumba para que te regresen dos (ok, no); sino uno que te hace entender que todo es de él y para él; mi vida y mis recursos son para servirle, y que no ofrezco algo esperando que se me devuelva; si no piensas así quizá te iría mejor como empresario que como “discípulo de Jesús”.
Servir es asombrarte
¿De qué?, de haber sido elegido para cumplir con una parte del plan de Dios. Pues respecto a lo que hizo José y Nicodemo, había una profecía “Y se dispuso con los impíos su sepultura, más con los ricos fue en su muerte…” (Isaías 53:9).
Ninguno es indispensable en la obra de Dios, lo sabemos, pero podemos decir que teniendo todos los requisitos necesarios, no había hombres más exactos para el cumplimiento de dicha profecía; lo supieran o no, eran perfectos para el cargo. William Barclay dice “Así que José de Arimetea le dio la tumba a Jesús, y Nicodemo le dio la ropa y los perfumes que habrían de cubrirle en la tumba”
Ninguno de los once discípulos que habían quedado pudo haber pensado en sepultar a Jesús; primero, porque en ese momento estaban muertos de miedo y ocultos; y segundo, de habérseles ocurrido, no disponían de los recursos para hacerlo. Dios preparó todo de antemano para que la responsabilidad cayese sobre estos dos hombres, por tanto, no había mejor momento para servir que ese.
La biblia no nos da indicios de que ellos estuviesen haciendo esto sabiendo que cumplían esa profecía, quién sabe si les pasó por la mente, pero sí nos lo muestra a nosotros para indicarnos que Dios mueve nuestros corazones a servirle, porque nos escogió desde antes de la fundación del mundo para que hagamos las buenas obras que preparó de antemano, ¡escogidos para cumplir su plan!; solo queda asombrarse y disfrutarlo.
Como este escrito ya se hizo largo y tengo que cerrar con una frase memorable (así lo dicen mis manuales), observando a José de Arimatea y Nicodemo en este pasaje; se puede decir que con ricos de esta categoría vale la pena ser humillado.