“¡El chocolate debe ser prohibido en la iglesia!” – pudo haber sonado la opinión de algunos dentro de la iglesia católica entre el siglo XV y XVI, porque, aunque no lo creas, existió por años la discusión acerca de que si era correcto o no beber chocolate mientras se estaba ayunando, además de que estaba también la sospecha de que si algo era tan placentero al paladar quizá no era tan piadoso.
El título de este ensayo es «Pecados “blancos” y finales negros» no porque haya chocolate blanco y chocolate negro, sino más bien, porque ya no somos como los religiosos de aquellos siglos que entraban en terreno ridículo discutiendo la maldad en algo tan bueno como el chocolate, no, somos superiores, porque llegamos aún más lejos, entramos al terreno de lo ridículo discutiendo las bondades de algo decididamente pecaminoso; “mentiras blancas”, “robos pequeños” o “venganzas justificadas”, solo por mencionar algunas generalidades.
No importa como los bautices, todos los pecados “blancos” terminarán en finales negros, porque esa es su naturaleza, tomemos el ejemplo de Judas:
“Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos”
Mateo 27:3
Ya sé que Satanás entró en él y que todo lo que hizo estuvo profetizado desde mucho tiempo antes, pero esto no cambió que las realidades del pecado se hicieran presentes en su vida para nuestro ejemplo, estás son sus realidades:
Vida propia
El relato de Judas nos enseña que, al pecar, nunca pensamos en que ello tiene “vida propia” y va a ir más lejos de esa inocencia con la que lo pintamos. La frase que dice “viendo que era condenado” nos indica que quizá no esperaba que la entrega se saliera de control, pero así fue. No importa cuál sea el plan “benévolo” cuando decides pecar, es seguro que no podrás contener su avance, el pecado empieza estando de acuerdo con tu plan pero más temprano que tarde actúa acorde al propio y toma sus propias decisiones.
(Aclaro que no estoy diciendo que Judas tenía buenas intenciones, para nada)
Placer molesto
“devolvió arrepentido las treinta piezas de plata…”: la gratificación que tuviste a cambio del pecado pasa de placentera a molesta e incriminatoria, después de que te das cuenta hasta donde ha llegado el estrago, lo valioso se vuelve carga e insatisfacción, algo que solo deseas quitarte de encima.
Tortura consciente
«Yo he pecado entregando sangre inocente.» (27:4): este es el hombre que pecó ahora viendo su acto sin disfraz, ya no eran piezas de plata sino sangre inocente. Ya no era un beneficio personal sino la muerte del otro en sus manos. ¿Qué realidad verás después de caer con ese fajo de billetes o detrás de esa máscara bonita y ese cuerpo de sílfide?, yo te lo digo: una tortura consciente y permanente.
Y digo permanente mientras no actúes diferente a Judas, porque el “arrepentimiento” que tuvo no era genuino, era, si no es decir mucho, remordimiento religioso y no una vuelta en sus caminos. Judas solo tuvo un sentimiento de culpa sin actos de compromiso hacia Dios. Es lo mismo que pasa con muchos después de pecar, se sienten mal y torturados todo el tiempo por el recuerdo, pero no se presentan nunca ante Dios para ser perdonados y cambiados; lo que me lleva a lo siguiente:
Traición inmisericorde
No solo parece interesante que Judas haya regresado con los que hizo el trato (en otras palabras: con quienes hizo el acuerdo de pecado), sino que también es sumamente curioso que estos fueran principales sacerdotes y ancianos del pueblo de Israel, es decir, los sacerdotes eran quienes, se suponía, estaban “puestos por Dios en favor del pueblo y sus pecados” y además en tiempos de pascua, de liberación del pecador (aclarando obviamente, de nuevo, que Judas no había sido puesto para salvación de acuerdo a las profecias, sin embargo, esto no lo sabían los sacerdotes), no le respondieron más que: «¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!.» (v.4). Tuvieron lo que querían de él y ahora no significaba nada para ellos.
“A mí no me importa tu culpa, arréglate solo” es la respuesta del pecado una vez que haya tenido lo que quería de ti, te abandona tan pronto como has terminado. No se queda a brindarte “apoyo”, después de todo no está en su naturaleza, ¿porqué habría de consolarte y apoyarte si tiene planes propios?
Maldad creciente
Puedes tratar el pecado de muchas maneras: creyéndote campeón, yendo tras el consejo de las personas que te dan palmadas en la espalda, diciéndote que en ti está el poder del cambio y otras patrañas más, pero la verdad es que, el pecado que no se trata de forma directa con Cristo (confesándolo con arrepentimiento genuino) solo empeorará la maldad de tu corazón, cometiendo más actos pecaminosos con la conciencia cada vez más insensible.
Podemos ver el final negro de Judas: «Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó.» (v.5), pero a diferencia de Judas, nosotros, si hemos confiado en el sacrificio de Cristo en la cruz para nuestra salvación, tenemos una mente regenerada, que cuando el Espíritu Santo nos ha convencido de pecado, puede volver a Dios con arrepentimiento genuino pidiendo el perdón.
“Si tus pecados son pequeños, ¿porqué Dios está colgando en una cruz?” escribe Robert M. Hiller (Finding Christ in the Straw) y tiene razón, pecar no trata de una discusión sobre hacer satánico al buen chocolate, sino de hacer aceptables las suciedades por las que Cristo sufrió en la cruz. Solo cuando te des cuenta de las realidades del pecado dejarás de blanquearlo, de hacer santo al diablo y poner oscuro lo que ya está claro.