¡Guerra! (I)

¡

Querido aspirante a guerrero:

La batalla persiste y se vuelve más violenta a cada hora, resistimos por milagro, porque, la verdad sea dicha: nunca se ha visto un ejercito tan vergonzoso, tan traicionero, y condescendiente con el enemigo como el nuestro.

Escuchamos la orden directa del Rey, pero con oídos ensordecidos por el estruendo de nuestros propios cañones, dirigidos hacia nosotros mismos, porque el príncipe enemigo juzgó nuestro plan de batalla y dictó lo que nuestros caballeros debían hacer en la guerra. Jamás marchó tal armada teniendo órdenes tan claras pero con manos tan inútiles y renuentes, pues ya no manda el Rey sino nosotros, como si fuésemos más experimentados que él en asuntos de guerra.

Se nos mandó: “Atacad” y los caballeros dicen “No es la manera”, se nos dijo “¡Firmes!” y algunos responden “pero aquí no hay peligro”, se nos ordenó “¡Honren al Rey!” y en su lugar exaltan el ataque de su enemigo. Y si son llamados a verificar la orden escrita acercan la lupa inexacta expresando “¿realmente dijo esto?”

También noticias vienen de otras partes del reino, anunciando que aquellos “grandes paladines” de antaño, guerreros de renombre, cuyas palabras hablaban grandezas a favor de nuestro ejercito, han caído; y por conservar su vida frente al cañon del enemigo, decidieron abandonar nuestro bando para apuntar su espada hacia nosotros. Salieron de nosotros pero no eran de nosotros.

Por ello muchos caballeros decayeron, están desanimados, se refugiaban a la sombra de las grandes armaduras de hojalata de aquellos sin colocarse la que el Rey nos entregó. Intimidados se esconden en el bosque oscuro, ansiando que la batalla no los encuentre porque seguro caminarán el rastro de los traicioneros.

El día es malo y no hay fortaleza en muchas de nuestras tropas, cada quien se cree campeón y dueño de su propio castillo pero están desnudos y desprotegidos, sin saber y sin querer enterarse que la sombra del dragón surca el viento sobre ellos, preparando la bocanada ardiente que acechará el imperio que construyeron con gran nombre y diminutos muros de barro.

Pero son ignorantes por engaño intencional, porque el enemigo se ha infiltrado en sus cortes y convirtió al bufón en profeta, por tanto la trompeta de alerta suena a canción de festival y el guarda de la puerta deja entrar sin escrutinio a la ramera que se viste de doncella, pues no creen que haya de qué temer. Y como el bufón casi reina enderredor, el hombre sabio ha sido decretado obsoleto y está encerrado en calabozo para, más temprano que tarde, cortarle la cabeza.

No hay caballero de esos lugares que resista el frente de batalla; no se ciñen con el cinturón de la verdad, no portan coraza de justicia y vienen descalzos a terrenos pedregosos con cardos sobresalientes; las flechas con puntas de fuego les atraviezan el pecho porque apenas arrastran el escudo de la fe y no quieren que la espada que les fue dada atraviese corazones, tuetanos y coyunturas; y debo decir que, hay algunos que quieren inmiscuirse entre las tropas sin siquiera tener el yelmo en la cabeza.

Continuará…

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Acerca del autor

Lester H. Delgado

Esposo, papá y pastor.
6 años de estudio formal en teología, 3 de estudio formal en escritura creativa y una vida tomando café... también formalmente.

por Lester H. Delgado

Lester H. Delgado

Esposo, papá y pastor.
6 años de estudio formal en teología, 3 de estudio formal en escritura creativa y una vida tomando café... también formalmente.

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