“Mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonozor ha levantado; y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo.” (Daniel 3:4-6)
Y así se empieza algo más que una tendencia, una reconfiguración, en la que todo aquel que no esté acorde tiene que ser castigado. Claro, la estatua que han levantado en nuestra época no es la de Nabucodonozor, más bien parecida, porque exalta al ser humano y los derechos que cree tener, la nimia grandeza que cree ostentar y el orgullo de ser y hacer algo que no le está permitido siquiera defender. Ante algo impuesto en los medios y por personas importantes ya sabemos lo que ocurrirá con la susceptible mayoría:
“Al oír todos los pueblos el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonozor había levantado. Por esto en aquel tiempo algunos varones caldeos vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos” (v.7)
Porque así lo dictan los importantes, los que tienen influencia sobre las multitudes; adormecidos van los defensores del orgullo gay de nuestra era, que ¡oh sorpresa!, apoyan también el movimiento abortista y dicen: ¡vamos a ponernos todos en contra de lo que “los legalistas ortodoxos intolerantes cuadrados y cuatro veces retrasados” defienden con ese libro negro que solo debería amar y no condenar!; con sus pancartas de protesta repiten un discurso como disco rayado:
“Tu oh rey, has dado una ley que todo hombre, al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, se postre y adore la estatua de oro; y el que no se postre y adore, sea echado dentro de un horno de fuego ardiendo” (v.10-11)
Y cuando aparecemos los que nos oponemos públicamente con la verdad bíblica (es decir los intolerantes con discurso de odio que no nos postramos ante la estatua) lo que las tendencias quieren marcar en el mundo y en algunas mal llamadas iglesias, se nos invita amistosamente a poner en fraudulento debate nuestras convicciones solo para que sean violentadas por los nuevos filósofos (que llevan seis semestres perdidos en la universidad pero son campeones en refutar la sabiduría divina…) desde los perfiles de Facebook y Twitter. Su invitación amistosa es algo así:
“Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?” (v.15)
Pero ante sus intentos bélicos de tregua el cristiano real responderá como aquellos tres hombres:
¨No es necesario que te respondamos sobre este asunto” (v.16)
Porque las convicciones bíblicas no están abiertas a la tregua, ni a comprobaciones en infructíferos debates armados en contra, si Dios no ha cambiado de opinión en siglos ¿qué necesidad tenemos de cambiar nosotros con la presión de algunas décadas?, ya sabemos que nuestro discurso por ser diferente, más enriquecido y bello, no encontrará oportunidad en ellos porque “Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye.” (1 Juan 4:5) y a nosotros nos ignora y desprecia, así ha sido siempre y así será.
Al menos en el ejemplo bíblico los tres hombres judíos se opusieron a una ley aprobada del rey del momento; nosotros tenemos que soportar ultrajes por menos que eso, como sea, mientras nuestras convicciones bíblicas sean atacadas y puestas “a prueba” y en tela de duda por los importantes la única respuesta que recibirán de nosotros es: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto” (v.16)
Porque para nosotros el repetitivo son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio y de la zampoña que hace que todos se postren, y que todos se acostumbren; solo es un sonido que indica que nuestras rodillas deben permanecer rígidas; que no hay mejor momento para que las convicciones se evidencien que cuando están condenadas a muerte. Como aquellos tres hombres: no nos arrodillaremos a la estatua que se ha levantado.